“Y según avance el tiempo, recuérdame. Recuerda todo lo que hemos llegado a ser. Te he visto llorar, te he visto sonreír. Te he mirado mientras dormías. Me encantaría ser el padre de tus hijos. Estaría toda la vida contigo. Conozco tus miedos y sé que eres mía. Tuvimos nuestras dudas, pero ahora estamos aquí… Good bye my lover, good bye my friend, you have been the one… you have been the one for me” – Good bye my lover/ James Blunt.
Esa noche ___________ se fue.
No queda nada en los cajones. Ni un rastro de que ella estuvo aquí. De la misma manera se ha ido con ella, con Elisabeth, llevándoselo todo una vez más. Y ahora mismo no queda nada más que un estúpido, observando la habitación vacía en medio de la madrugada, en medio de una lluvia fuerte que puede con todo New York, que destroza todo New York.
Ni siquiera podía moverse, ni asimilar lo que acababa de suceder. Ni intentar entenderlo. Estaba desorientado. Con la mirada perdida hacia el horizonte. Se había perdido él, y había perdido la batalla que había jurado no perder nunca. Las había perdido a las dos al mismo tiempo.
La maldita habitación no tardó en llenarse de humo. Y de llanto. Sollozos altos. Palabras fuertes que resonaban en cada una de las cuatro paredes. Y pensamientos vivos que le hacían daño. Y recuerdos que le hacían cicatrices imborrables. Ése era exactamente el poder que ________ Peterson tenía sobre él. Su primer amor. Su único amor. Ésa noche le había abandonado una vez más, pidiéndole por favor que no la siguiera cuando ella diera la espalda. Que por favor le entendiera, que debía alejarse de él para poder encontrar la tranquilidad que tanto deseaba. Y tenía razón. Y eso exactamente era lo que a Justin le destrozaba por dentro. Y es que había visto venir esto, antes de que ambos se conocieran. Se sabía de memoria el final que ambos tendrían, mucho antes de que ambos hicieran el amor. Y eso… era lo que más le dolía.
Ahora estaba malditamente roto. Sin ningún camino que seguir. Destruido. Las lágrimas se le habían acabado, y ahora su cabeza dolía después de haber gritado tanto. No sabía que pensar o a donde dirigir sus pensamientos después de ese momento. No tenía un motivo claro. No tenía nada claro. Era mucho peor que un niño perdido, y es que él lo era el doble porque nunca había podido ser uno.
Su cabeza daba vueltas, debido a la cantidad de cigarrillos que había fumado y al ambiente pesado. Estaba mareado. Y al cerrar los ojos, podía ver con claridad el rostro de ____________ con Elisabeth en los brazos. Repitiendo las mismas palabras que hace un rato le había destrozado tanto.
Y a pesar de que le había ofrecido una y mil soluciones, ella ya tenía una propia.
Quizá alejarnos sea lo mejor.
Y lo era. Tal vez lo era. Pero que duro era aceptarlo.
¿Qué quieres de mí?
Le había preguntado él, a punto de ponerse de rodillas. Su voz estaba ronca de haberle ofrecido tantas soluciones. Hasta una posible mudanza, otro cambio en él mismo, lo que sea con tal de que estuviera con él por el resto de su vida.
Lo siento… ella se disculpó una vez más, mirándole destruido. Mirándole llorar. Y aunque él no pudiera entenderlo ahora, a ella también se le había venido el mundo abajo.
Quédate, quédate por favor, rogó él. Pero vamos, lo sabía muy bien, nada funcionaría después de haber escuchado que debía dejarlo.
Y era duro saber que ahora mismo no tenía a nadie.
Que cada persona en el mundo que había conocido, terminó alejada de él de alguna manera. Era duro saber que era él el problema. Que él siempre había sido el problema. Que él y su maldito pasado siempre estarían presentes. Pero ahora mismo no era un buen momento para restregarse a él mismo que las cosas hubieran sido mucho mejor en la vida de cualquiera, si él jamás hubiera aparecido en sus vidas.
Aunque ahora mismo era así como se sentía.
Buscó en la cajetilla de cigarros.
Demonios, solo quedaba uno.
Lo tomó entre sus dedos y lo encendió con facilidad, exhalando todo el humo posible para mantener el fuego viviendo en el extremo del cigarrillo.
Y fumó… fumó mucho. Fumó mucho más de lo que en algún momento había fumado. Y de la misma manera en la que el humo se consumía, y desaparecía de su vista, de esa manera ella había desaparecido de su vida. Suave salía de su boca, suave como la piel de ___________, como ella, como su forma de hacer el amor o de decirle Te amo.
Oh maldita sea… todo le hacía recordarla.
Sentía sus ojos humedecerse con facilidad. Ella había vuelto a su memoria.
Sin embargo sabía una cosa. Algo que le hacía sentir mejor, de alguna manera. Él ya había pasado por esto una vez. ¿Qué eran dos veces de lo mismo? Su corazón ya había sido roto una vez por la misma persona, y aunque las condiciones no habían sido las mismas, el dolor era exactamente igual.
Y debía superarlo. Porque de eso si estaba seguro. A pesar de que ella ya no estaba más, de que le había dejado por culpa del incierto futuro que les esperaba y del pasado que todavía hacía sombra en ellos, los días seguirían pasando, el sol seguiría saliendo, y ahí afuera todo seguiría igual. Y ahí afuera, solo habían roto un corazón más, de los que estarían por romperse.
Y lloraría…
Y seguiría llorando, probablemente hasta quedarse dormido, probablemente hasta que el sol le acariciara el rostro y tuviera que dormir por la obligación de la naturaleza. Y probablemente lloraría hasta entender que esto que había acabado para siempre. Y lloraría… porque dentro de él se negaba a aceptar que todo había terminado de esa manera. ¿Quién lo diría? Tenía un anillo de bodas esperando por ella, pero en cambio ahora estaba solo… tratando de entender que lo que un día habían tenido, no lo tendrían nunca más.
++
El resto de los días fueron una maldita pesadilla para ambos.
Ella, que no salía para nada y seguía solamente la rutina diaria que el trabajo le exigía. De la oficina al departamento, del departamento a la oficina. No había una sola noche en la que no terminara llorando como una tonta, en medio de la oscuridad. Y solo Dios sabía cuánto le extrañaba. Cuando deseaba escuchar su sentido del humor, su risa, sus manos, su forma de ver la vida.
Había pasado exactamente una semana, y aunque sabía que era totalmente injusto, no le había dicho a nadie, ni siquiera a Justin, la dirección en la que ella y Elisabeth se encontraban. Planeaba pronto mudarse a un lugar mejor, en alguna otra ciudad en la que pudiera tener a Justin lejos de ella. Sin embargo, sabía que de todas formas tendría que tener una relación con él, por Elisabeth. Y ella tampoco había dejado de preguntar por él, y por la mudanza repentina que ambas habían tenido. Y aunque todo eso preocupada de cierta forma a __________, lo que le reconfortaba era saber que estaba haciendo lo correcto. En lo que iba de la semana, no había recibido ninguna llamada anónima, o había sentido algo sospechoso tanto fuera o dentro del edificio. Podía decirse que su vida iba normal, alejada de Justin y cualquier tema que pudiera hacer recuerdo a su nombre. ¿Era esa la vida que necesitaba? Por supuesto que lo era. Estaba decidida a seguir sus días así, porque después de todo había tomado una decisión madura. Iba a tener otro hijo, el cual merecía crecer con una vida normal y pacífica. Estaba segura de que Justin, cuando se enterase, le comprendería perfectamente, y tal vez en ese momento sabría muy bien por qué __________ hizo lo que hizo en el momento en el que tuvo que hacerlo.
Con el móvil en la mano, después de siete días frustrantes, se atrevió a encenderlo. El color en la pantalla de su móvil le heló la piel. Sabía que a continuación le llegarían llamadas perdidas y millones de mensajes de Justin, Emily y tal vez Travis. Vamos, había pasado una semana, las cosas se habían calmado y era momento de afrontar cualquier situación que se le presentase.
Un minuto después, su celular empezó a sonar con la música característica de un mensaje de texto. Sonó dos veces. Tres. Cuatro. Así hasta hacerse más de diez. Hasta hacerse quince. Ella cerró los ojos despacio, soltando aire por la boca, y prometiéndose a ella misma que nada la haría cambiar de opinión.
Lo primero que pudo observar fue un mensaje de texto de… Justin. Su corazón se heló por completo, y sus manos se humedecieron. Ver su nombre en una pantalla causaba muchas cosas en ella. Pudo notar que los mensajes siguientes también eran de él. Había un par de Travis y cuatro de Emily.
Dándose fuerza a ella misma, empezó a leer.
¿Dónde estás? ¿Crees que no estoy preocupado por ti? Maldición ________, al menos tengo derecho a saber en dónde te estás quedando con Elisabeth.
____________ suspiró. Aquel mensaje había llegado un día después de la noche en la que ella le había dejado. A continuación habían varios mensajes más.
Entiendo tus razones. Cualquier humano con cerebro en este mundo se alejaría de mí. Pero no hagas esto conmigo __________, dime dónde estás. Necesito saber que están bien.
Segundo mensaje. Ahora mismo se sentía la persona más culpable del mundo por haber desaparecido toda una semana. Joder, se había portado como una maldita ridícula por no decirle en donde estaban.
Por alguna razón sé que estás bien, por eso mismo tal vez todavía no he ido a buscarte a cada rincón de New York. No hagas esto tan difícil, Peterson. Lo nuestro acabó… pero tengo derecho a saber en dónde demonios te has metido.
Y otro.
Respóndeme.
Y otro…
¡Maldición, dime dónde estás!
También la estaba buscando. También le preguntaba dónde estaba y suplicaba por saber su paradero. ___________ tragó saliva. En todo su egoísmo por sentirse mejor, no había pensado en ellos y en lo mal que se lo estarían pasando…
Emily también se había sumado. Le había enviado un par de mensajes, preguntándole como se encontraba y disimulando, obviamente, que también lo sabía todo.
Y de pronto se acabaron los mensajes. No habían más que de Emily, rogando por qué le contara todo, pero Justin no envió ningún otro. No hasta después de tres días, donde quedaba todavía uno último que ella no había leído. Era de ese mismo día, hace unas cuantas horas.
Sé dónde estás. ¿Recuerdas que dije que te buscaría por cada rincón de New York? Esa ha sido mi misión en toda la semana, hasta dar en donde te encontrabas. Y… te diría que todo está yendo bien conmigo, pero no es verdad, esto me está matando. La cama es más grande sin ti ¿sabías? Y misteriosamente he descubierto que puedo dormir en ella, sabiendo que hace unos días la compartía contigo. ¿Ya puedo volver a verte? Prometo no intentar nada que pueda incomodarte, solo necesito ver a Elisabeth. Saber que está bien y saber que me extraña tanto como yo lo hago. Responde esto si puedo verte hoy. Y deja de jugar a las escondidas, porque sabes que yo sí podré encontrarte.
Sollozando, dejó el móvil a un lado para poder quitarse las lágrimas de las mejillas. Estaba llorando desconsoladamente. Fuerte y sincero. Sentada sobre el váter de su baño, se colocó ambas manos sobre el rostro y sollozó una vez más.
¡Basta! Se dijo a ella misma entre gritos interiores. Se limpió la nariz, y en un acto desesperado, que ni siquiera ella pudo entender bien, cogió el móvil entre sus manos y tecleó con rapidez.
Elisabeth te extraña. Puedes venir hoy, si así lo quieres, ya que ya sabes dónde encontrarme.
Él no tardó en responderle en un mensaje de texto. ¿Por qué ninguno de los dos se atrevía a llamar?
Estaré ahí por la noche.
++
Narra Justin:
____________ abre la puerta del pequeño cuarto.
De inmediato logro divisar a Elisabeth correr hacia mis brazos, y al hacerlo, la cargo y la sostengo por largo tiempo. Su olor me inunda, haciéndome sentir en casa. Me abraza fuerte, apretándome el cuello, mientras yo acaricio su cabello. Elisabeth empieza a hablarme sobre las cosas que ha hecho esta semana, sobre lo raro que es que ambas se hayan ido de mi lado… sobre lo raro que es todo por lo que está pasando. Yo asiento, siguiéndole el hilo a su conversación. En el fondo, ella nos mira. ____________ está sonriendo suavemente, observándonos a los dos. Tiene los brazos cruzado y se ve… se ve muy bien. Va vestida casualmente, con un jean y una blusa gris de tirantes, el cabello en una coleta y cayendo por la espalda. Alza la mano izquierda, saludándome mientas levanta la barbilla. Yo también la saludo de la misma manera.
- Entra. – se atreve a hablar por fin. Camina hacia nosotros y cierra la puerta por detrás.
Los primeros minutos, se queda petrificada sobre la madera maciza de la puerta. Puedo sentir su mirada directa a mí, y aquello me hace sentir vivo. He pasado una maldita semana sin ella. Y aunque ahora todo parezca totalmente superado en mí, vuelvo a sentir la desesperación que sentí aquella noche… cuando todo terminó.
Elisabeth me distrae. Jala de mis manos y tengo que entrar en la habitación de _________, envuelta en su olor. En su precioso olor. Eli me enseña un par de juguetes nuevos, que no he visto, y que obviamente no le he regalado yo. Le gustan muchísimo, mientras habla de ellos sus ojos brillan con intensidad. Me uno a su juego. Me los presta por unos minutos y se ríe al verme jugar con ella. He extrañado tanto esta sensación. Esta de sonreír con ella, por un motivo sencillo.
Dentro de mí la melancolía vuelve a abrirse al saber, que ésta sería la manera en la que pasaríamos el resto de nuestros días. Que cada vez que yo volviera a verlas, las cosas estarían así o cada vez peor. Que ___________ estaría distante, en algún punto de éste u otro departamento, observándome jugar con Elisabeth. Y después de ello, yo terminaría yéndome. Y de esa manera las cosas terminarían… como ya empezaban a terminar ahora.
Escucho unos pasos detrás de mí, es ___________. Elisabeth se distrae, jugando con un par de cosas detrás de ella, y un gran silencio se abre entre los tres. No puedo evitar, aunque lo intento con todas mis fuerzas, voltear hacia ella. Al sentir mis ojos sobre su cuerpo, _________ tiembla. Traga saliva y me sonríe.
- ¿Cómo estás? – le pregunto, tratando de ser amable. Me siento tan bien de poder controlar todo esto. Estoy calmado, sin la necesidad de pedirle que por favor regreso conmigo…
- Bien… - ella alza los hombros. – He conseguido mientras tanto.
- Yo puedo ayudarte a conseguir un lugar mejor.
- No… esto… - ___________ miró alrededor. – es temporal.
Trago saliva. Mi cuerpo se tensa, necesito preguntarle tantas cosas… pero en cambio solo espero a que ella explique todo a lo que se refiere.
- No es el mejor momento para hablar ahora. – ella señala a Elisabeth con la mirada y yo asiento, todavía sin entender.
- Vas a irte de la ciudad, ¿verdad? – deduzco. Endurezco la mandíbula y no puedo tener el valor de mirarla. No tengo el valor de saber si lo que he deducido es verdad.
- ¡Mira! – me dice Elisabeth, a mi costado. Me muestra una peculiar muñeca de pelo rubio, con un vestido colores. - ¿Te gusta? – me pregunta entusiasma. Hundo el rostro, notando que tiene muchos juguetes que no he visto nunca. – Está de lujo. – respondo, haciéndola sonreír.
- ¿Dónde ha conseguido todo esto? – volteo la mirada hacia __________.
Ella hunde la mirada en el suelo, tensa, preocupada. Finalmente siento que suelta aire, y se alista para poder enfrentarme.
- Max se los ha regalado.
- Oh… - susurro. Guardándome mi expresión en lo más dentro de mí. __________ se queda quieta en su sitio, esperando obviamente otra actitud en mí. Pero hago caso omiso a su petición, y en cambio trato de concentrarme en jugar con Elisabeth. Aunque mi cabeza está en otra parte, sé que solo Elisabeth podría salvarme a _________ y a mí de una discusión más.
Los minutos han pasado rápido.
Le he prometido a Elisabeth que estaría aquí cada vez que ella lo pidiese, y que ________ me lo haría saber. Está tan grande. Puedo notar que se está empezando a parecer a __________ mucho más. Y está preciosa. Tiene el cabello más largo, y esos vestidos que su madre le pone le quedan perfectamente bien.
Al salir de la habitación, _________ está puesta de pie, observando los edificios en la ventana. Está puesta de espaldas, por lo que no puede verme. Y por lo que me permite observarla, sin ningún remordimiento. Suspira. Yo doy paso hacia atrás. Pero todavía no puede notarme, así que me concentro porque esto valga la pena. Mis ojos bucan un punto al que yo pueda aferrarme, y así lo hago, subiendo lentamente la mirada desde su pies hasta llegar a su cintura. Es mi chica. Todavía lo es. Y aunque sé que encontrará a muchos hombres mejores que yo, tendrá mis manos tatuadas en su piel así como su nombre reposa en la mía. Me centro en su espalda. Puedo imaginármela desnuda. Desnuda para mí. La he tocado tantas veces que podría jurar que he trazado un camino en ella. Y su cuello, suave, delicioso. Me pertenece. Al igual que cada parte de su boca.
- ¿Ya te vas? – ella se voltea, haciendo que tenga que cerrar y abrir los ojos al mismo tiempo. Puedo notar que se ha percatado de que he estado aquí, mirándola, por un largo tiempo.
- Sí… tengo cosas que hacer.
- Vale, puedes venir cuando quieras.
- Elisabeth tiene algo que decirte, algo que hemos quedado ella y yo.
- Seguro me lo hará saber.
Asiento. Volvemos a quedarnos en silencio. ¿Cómo es posible que hace una semana ambos éramos los mejores amigos y ahora no podíamos decirnos nada?
- ¿Te estás viendo mucho con Max? – frunzo el ceño suavemente. Mi tono de voz no delata celos, pero sus ojos sí delatan sorpresa. – No estoy preguntándote esto como una especie de reclamo, solo me sorprenden los regalos para Elisabeth.
Ella se queda callada, buscando una respuesta.
- Él se los dio directamente a ella, no pude decirle que no a Elisabeth una vez que ella había visto todas esas cosas…
- Vale. No te preocupes, así son los niños. – le sonrió. Ella hace lo mismo. Puedo notar por unos segundos que está mirando mis labios, lo que está pensando en ese momento la hace sonrojar muchísimo. – Tengo que irme. – repito, ella asiente rápidamente, con aire desilusionado en su mirada. Me duele saber, que estoy haciendo justo lo que ella no quiere que haga, pero que a la vez sabe que debo hacer.
Me acerco a ella a pasos lentos y cuando estoy lo suficientemente cerca, beso su mejilla derecha rápidamente. Sin ningún sentimiento extra. Aunque todo dentro de mí solo me está ordenando que acabe con todo el maldito hielo que ella y yo estamos creando entre nosotros. Su olor me evade. Huele tan bien, maldición. Pero logro mantener la concentración y me instinto interior hace que me separe de ella justo a tiempo. Estoy libre de ella. Me alejo, despidiéndome con la mano, abriendo y cerrando la puerta de su departamento. Y una vez fuera, me invaden las ganas de pasarme las siguientes horas fumando como lo he venido haciendo durante las últimas noches sin ella.
++
Estacionó la Harley Davidson, pero no se atrevió a bajar de ella. Con las gafas de sol puestas, se concentró en observar por el retrovisor todo lo que estaba sucediendo. De vez en cuando se movía para poder seguir la imagen. En el espejo, un Audi del año estaba estacionado bajo el edificio de Emily Prescot. Hace días que no sabía de ella. No tenía el suficiente valor para poder llamar o tal vez ir a por ella, una de esas noches que tanto había extrañado tenerla en sus brazos. Tenía que aceptarlo, lo había jodido todo de la peor manera posible. Y ahora… observaba fijamente, como el hombre dentro del Audi, besaba a Emily en la boca, devorándosela con ganas.
Sabía de esto.
Sabía que Emily había renunciado a muchísimos pretendientes de autos caros y buen calzado, por estar con él. Con un tipo ordinario con una vieja Harley Davidson, y que encima, se portaba como un cerdo con ella. Lo que estaba observando ahora, era como sus consecuencias se veían reflejadas en aquella imagen. Se lo había buscado.
Golpeó el espejo retrovisor, haciendo que este girara con brusquedad. Ahora no podía ver nada, más que la rabia irradiando en cada parte de su rostro. Giró las llaves de la moto y la hizo rugir fuerte. La poca gente de su alrededor se volteó a mirarlo. Pero aquella gente le interesaba demasiado poco como para preocuparse. Él solo quería que Emily clavara su mirada en él por última vez. Así que la hizo rugir más. Más y más. Hasta notar que ella y el tipo que estaba con ella en el Audi, se voltearon a mirarlo. Emily abrió los ojos, tapándose los labios con ambas manos. Pudo notar la furia de Travis, al sentir a sus fríos ojos azules a través de esas gafas de sol. Y quiso con toda su alma retenerlo, abrazarlo, calmarlo a base de besos… pero era muy tarde.
Lo siguiente que pudo ver, fue como Travis se acercaba a ellos, rugiendo sobre la Harley Davidson. Empedernido, aceleró con fuerza y calculó para que el extremo final de su moto chocara con la puerta en la que estaba el tipo que acompañaba a Emily, aboyando el auto. Y volvió a rugir la moto, acelerando con fuerza a quién sabe dónde. Y desapareciendo, hasta quién sabe cuándo.
++
- ¿Piensas mudarte a Washington? – preguntó Max, al otro lado de la línea.
- No lo sé… es algo que tendré que pensar seriamente. Todavía necesito hablar esto con Justin.
- Sí, claro, es entendible. – afirmó Max. Guardó silencio y minutos después de atrevió a hablarle. – Peterson… la empresa no quiere perderte, haces muy bien tu trabajo y he estado hablando con uno de los jefes de personal, dicen que no habría problema en que te trasladen a Washington. Así seguirías teniendo el mismo puesto.
- Por Dios… ¿es en serio? – preguntó ________, totalmente entusiasmada.
- Completamente. – reafirmó. – Lo único que necesito es que viajes conmigo y, obviamente, con un grupo más del personal del banco, a San Francisco este fin de semana. Sabes muy bien lo difíciles que son los jefes de banco en esa ciudad, necesitan evaluarte… pero no será la gran cosa, solo lo necesario. Lo harás bien.
Y aquello sonaba tan tentador.
- Por supuesto que sí, acepto. – dijo ella sin pensarlo dos veces.
- Será un buen viaje, Peterson. – Max sonrió al otro lado de la línea. Dentro de sus pensamientos, sabía muy bien por qué este viaje sería bastante bueno para ella. Y por qué lo sería para él. Y es que muchas cosas estarían a punto de descubrirse en ese corto fin de semana. Y ella… se lamentaría una y mil veces haber aceptado aquella oferta. – Un muy buen viaje.
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