Narra
Justin
“¿Has visto el historial? Es una jodida mina
de oro”… “Diez años”… “Le vendrían bien quince, es un tío listo, tiene que
aprender”
Bajó
la mirada. Sus manos estaban atadas con esposas de metal que le marcaban la
piel. Endureció los pómulos, mientras sus oídos eran testidos de la
conversación de dos oficiales que discutían fuera de la habitación en la que él
se encontraba. Su mente nublada no podía permitirle pensar, solo había espacio
en ese momento para la única escena que había reservado y que juraba… la
tendría presente hasta el último maldito día en el que permaneciera encerrado
en esa jodida prisión. Solo podía pensar en lo que acaba de perder… en ella… en
_______________, en Elisabeth. Y los ojos se le llenaban de lágrimas. Dentro de
sí podía torturarse solo. “De esta manera terminan los hijos de puta como tú,
Justin Bieber” cerró los ojos y una lágrima salada, hirviente y llena de ira
tocó su mejilla derecha… lo había perdido todo.
Un
oficial de estatura media y con el cabello pintado por la edad, entró a la
habitación con unos folios amarillos en la mano. Jaló una butaca, sin quitarle
los ojos de encima a Justin, y se sentó sobre ella.
- ¿Quieres leer? – tiró los folios sobre
la mesa metálica. – es tu bonito historial. – negó con la cabeza y miró
despectivo los papeles. – estás en problemas, Justin Bieber.
Vaya…
¿esa era una novedad para él?
- Vas a tener que contarnos exactamente
lo que pasó en el banco. – le dijo, mirándole… le sorprendía lo callado que se
encontraba. Tan ido. Como si su mente estuviera en otra parte. - ¿te lo tengo que pedir dos veces?
- ¿Qué quieres saber? – Justin subió la
mirada. Sus ojos marrones habían tomado un color más oscuro, al igual que sus
facciones. Era otro. Un Justin prácticamente sin vida. El oficial se aclaró la
garganta.
- Primero háblame de la chica. – pidió
el tipo, entrelazando las manos sobre sus piernas. – la que hemos encontrado
contigo en el blinda…
- No tiene nada que ver. – balbuceó
Justin. Rápido. Frío.
El
oficial ladeó la cabeza.
- Que tú lo digas no significa que ella
no esté metida en todo esto.
- ¡No tiene nada que ver! – gritó
Justin. Su pecho subía y bajaba con rapidez, mientras sus ojos se encargaban de
trasmitir toda esa maldita frustración con la que se encontraba. – la he
obligado a venir conmigo ¿es qué acaso los oficiales de Francia se han vuelto todos
unos imbéciles? – dijo todavía con el mismo tono de voz. – que les diga a donde
pertenece, ni siquiera es de aquí. Que se largue, lejos, y consíganle un
maldito sicólogo para que se olvide de todo esto. – bajó la voz, las lágrimas
volvían a convertirse en un nudo grande que no le permitía hablar sin que su
voz se quebrara. – y que se olvide de mí.
El
oficial permaneció mirándolo. Pocos segundos después se atrevió a estirar el
brazo y coger los folios, los trajó para sí mismos… sabiendo que Justin le
miraba.
- ¿Sabes que vas a estar aquí por mucho
tiempo? – preguntó negando con la cabeza.
- Digamos que hace mucho estaba
esperando esto.
Mintió
y observó como el oficial se colocaba de pie frente a él, golpeando su
historial con las manos una y otra vez, y caminando hasta la puerta de la
habitación.
- ¿Puedo hacer algo antes de pudrirme
aquí? – susurró Justin, bajando la mirada y enterrándola en el suelo. - ¿tengo
derecho al menos de hablar con un abogado?
El
oficial afirmó con la cabeza.
- Un abogado no va a salvarte de esto.
Justin
sonrío.
- No es su maldito problema.
Se
puso de pie, saliendo de la habitación con el oficial y siguiéndolo hasta que
este terminó ubicándolo en una celda metálica pintada de negro. Lo hizo entrar
y lo encerró dentro.
- Cinco minutos.
Y
desapareció.
El
jodido vacío volvía a formarse de nuevo. Estaba solo y solo entonces podía
darse cuenta de la gravedad de las cosas. Cuando la policía los había rodeado
en aquella calle de Paris, había fingido no conocer a ________________ para que
esta pudiera huir. Todavía podía recordar su rostro lleno de lágrimas,
besándole las manos y prometiéndole que volvería por él, que lo sacaría de la
prisión… sea como sea. Y la idea le hacía sonreír, aunque lloraba, sonreía por
recordarla junto a él… maldición, las cosas habían cambiado tanto desde que
ambos se habían conocido. Mientras ayer todavía podían hacer el amor, hoy
estaban tan lejos… tan lejos de poder volver a verse. ¿Por qué las cosas tenían
que ser tan difíciles? Debía hacer algo antes de que los días empezaran a
contarse a partir de ahora, en el que pasaría encerrado en una celda pensando
en su chica. Pensando en lo muy hijo de puta que había sido en la vida, pero
que antes de poder tocar el infierno… había saboreado el paraíso gracias a una
persona.
Marcó
el número en teléfono puesto en la pared.
Esperó
unos segundos. Dos. Tres… Cuatro…
- ¿Justin?
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